
Todo este golpeo de cabezas, nos lleva al entendimiento de que tener la razón no es tan simple como pensábamos. Descubrimos que tener la razón tiene muchas más tonalidades que simplemente el blanco o el negro. También descubrimos que aun cuando las personas siempre nos están dando consejos acerca de la necesidad de actuar de manera correcta, es difícil que apliquen a sí mismos esos consejos. Benjamín Franklin, en su libro “The Art of Virtue” (*1), nos proporciona una profunda reflexión en este sentido:
“Como la felicidad o el bienestar verdadero del hombre consisten en actuar de manera correcta, y la acción correcta no puede ser producida sin una opinión correcta, nos concierne a nosotros, por encima de todas las cosas en el mundo, el encargarnos de que nuestras propias opiniones de las cosas estén de acuerdo con la naturaleza de ellas. Los cimientos de la virtud y de la felicidad están en el pensamiento correcto”
“Fue por este tiempo (1728) que concebí el atrevido y arduo proyecto de llegar a la perfección moral. Deseaba vivir sin cometer falta alguna en ningún momento; conquistaría toda tentación a la que mi debilidad natural, costumbre o compañía pudieran guiarme. Dado que sabía, o pensé saber, lo que es correcto o incorrecto, no veía porque no podía siempre hacer lo uno y evitar lo otro”
“Pero rápidamente comprendí que había emprendido una labor de mayor dificultad de lo que había imaginado. Mientras mi atención era puesta en cuidarme de no cometer cierta falta, era frecuentemente sorprendido por alguna otra; el hábito tomaba ventaja de mi falta de atención; el deseo era algunas veces más fuerte que la razón. Concluí al final, que la mera convicción especulativa de que es en el mejor de nuestros intereses el ser completamente virtuoso, no era suficiente para prevenir nuestras caídas; y que nuestros hábitos incorrectos deben ser atacados, y los hábitos correctos adquiridos y establecidos, antes de que podamos contar con una conducta recta, estable y uniforme”
Tener la razón, entonces, es definitivamente algo mucho mas confuso que solamente convertirse en adulto. Y lo que es peor, es que en algún momento descubrimos que tener la razón, es una cuestión de percepciones. Tal parece que, a pesar de que queremos creer en verdades universales, en nuestra vida diaria, cuando no estamos tratando situaciones de vida o muerte, sino temas cotidianos, como escoger la película que veremos esta tarde, nos enfrentamos con el hecho de que las otras personas tienen ideas diferentes, las cuales ponen en entredicho nuestra percepción de lo que es tener la razón. Se requerirán de mas topes para caer en la cuenta que las leyes de la relatividad también aplican a tener la razón.
Habiendo llegado a ser adultos y encontrando que el serlo no implica tener siempre la razón, como lo pensamos cuando éramos pequeños, llegamos a la conclusión de que tener la razón no es una cuestión de edad, sino una cuestión de poder. Descubrimos el ciclo de retro-alimentación positiva; tener la razón les concede a las personas poder, y el poder les permite ser y actuar conforme a lo que ellos consideran razonable. Dado que, a nosotros, los seres humanos, nos fascina el poder, obviamente desarrollamos un gran deseo por ser poderosos de manera tal que siempre tengamos la razón.
Por lo tanto, tener la razón se convierte en un asunto de vencer a otros, en una cuestión de demostrarle a los demás que nosotros tenemos la razón y ellos no. Para algunas personas, ganar se convierte incluso en algo mas importante que tener la razón, porque, ¿para qué preocuparse por tener la razón, si todo lo que necesitamos en realidad es demostrar que los demás están equivocados?
Siguiendo esta línea de pensamiento, iniciamos un nuevo proceso en búsqueda de poder. Debemos prevalecer sobre todo y sobre todos para obtener el Santo Grial de la razón: PODER. No existe cantidad alguna de golpes en la cabeza que nos disuada de alcanzar esta meta.
Todos nosotros, eventualmente, alcanzaremos alguna posición que implica poder. Nos convertiremos en madres, supervisores, líderes, o cualquier otra posición, que detente alguna clase de poder. Sin que verdaderamente lo notemos, una transformación milagrosa tendrá lugar. Poco a poco, el poder inherente a nuestra posición, tomará el control de nuestra mente, hasta que un día, quizá incluso para nuestra propia sorpresa, comenzaremos a utilizar el argumento más poderoso de todos los tiempos: “¡Porque yo soy tu padre (o jefe, o lo que sea)!” Lo que significa, que todo intento por razonar con nosotros será una pérdida de tiempo, y que nuestro siguiente argumento será el uso bruto de nuestro poder en cualquiera de las formas que tengamos a nuestro alcance, pudiendo variar las municiones, desde zapatos viejos, hasta la utilización de armas nucleares de destrucción masiva.
Todos conocemos la historia del emperador que terminó desnudo en frente de todos sus súbditos, porque nadie tuvo el valor para decirle que sus nuevas vestimentas no existían. Esto sucede con tanta regularidad en la vida diaria, que uno se pregunta si en realidad comprendimos el mensaje de esta historia. Como visitantes en múltiples organizaciones, hemos presenciado muchas veces como los líderes corren “desnudos” por toda la organización, dando órdenes aquí y allá, obteniendo invariablemente respuestas afirmativas de su personal, para luego observar, que tan pronto el jefe les da la espalda y entra a su oficina, todos regresan a hacer lo que ellos consideran que es importante.
Podemos confesarle que, en su momento, también nosotros caímos en la seducción del espejismo de siempre tener la razón que otorga el poder jerárquico. ¿Quien se atreve a decirle al jefe o a la jefa que se encuentra en un tremendo error?, ¿Cuántas veces está usted dispuesto a defender su argumento en contra de la opinión de la persona que decide sus promociones o su calidad de vida en el trabajo? Después de un período sin cuestionamientos o argumentaciones en contra, complementado por comentarios de muchas personas sobre lo inteligentes que somos, empezamos a creer, que después de todo, realmente es posible que tengamos la razón todo el tiempo. Una vez que nos acostumbramos a este estado de infalibilidad, comenzamos a actuar como si todo lo que lo que pensamos y decimos es realmente brillante y único. Nos olvidamos de que no hay mejor mezcla para el desastre que la arrogancia y la actitud de “yo lo sé todo”. ¿De qué manera es que los líderes se percatan finalmente de que no son infalibles? Dándose de topes contra problemas imprevistos en casi todos los aspectos de su vida.

Es a través de este proceso genérico de vida que nos vemos absortos en el juego de “tener la razón”. Es de esta manera que ponemos el argumento “yo tengo la razón”, en un pedestal tan alto, que tener la razón se convierte en si mismo, en la meta a ser alcanzada.
Como la gran mayoría de líderes experimentados le dirán, el obtener posiciones de poder, de ninguna manera significa la solución final. Existe todavía una gran cantidad de golpes en la cabeza por venir conforme desarrollamos nuestras habilidades para promover y guiar los esfuerzos de cambio.
Para algunas personas, esto significa la búsqueda de mayor poder. Ellos asumen que más y más poder, eventualmente les permitirá contar con la razón todo el tiempo. O quizá la solución sea otro tipo de poder; en lugar del poder que otorga una estructura jerárquica, algunas personas buscan el poder de la belleza. O tal vez el poder de los medios, el de las armas, el poder religioso o cualquier otra forma de poder en la que usted pueda pensar. Realmente no importa de que tipo de poder se trate, el objetivo es obtenerlo y hacer uso de él.
Podemos fácilmente entender porque el mundo se encuentra en el estado en el que esta actualmente si cada persona se encuentra en búsqueda de más y mas poder, y está dispuesta a pagar cualquier precio por obtenerlo.
Para hacer esto aun más interesante, tener la razón se convierte en algo tan esquivo, que tenemos que emplear demasiadas horas pensando, discutiendo, probando y arreglando nuestros intentos por tener la razón. El resultado final es que, al terminar el día, no contamos ni con el tiempo, ni con la energía, para percatarnos de que, tener la razón es únicamente el paso inicial de una larga travesía, de que TENER LA RAZÓN NO ES SUFICIENTE.
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