Habiendo encontrado una buena solución, enfrentamos entonces el reto de asegurarnos que esta pueda ser aplicada en la realidad especifica en la que deberá ser implantada.
Algunas de las más interesantes experiencias que hemos vivido como agentes de cambio, han estado relacionadas con la automatización de un cierto grupo de procesos u operaciones dentro de una organización. Generalmente, nuestra intervención en tales proyectos, ha sido precedida por meses de arduo trabajo y de grandes desembolsos tratando de implantar la solución seleccionada.
La mayoría de este tipo de proyectos tienden a incurrir en gastos adicionales que sobrepasan fuertemente el presupuesto originalmente asignado, requieren de mucho más esfuerzo y tiempo que el planeado y, para rematar, suelen quedar bastante lejos de lograr los resultados esperados.
Este tipo de proyectos son un ejemplo perfecto de cómo muchos directivos y consultores pueden únicamente tener ojos para los resultados deseables, y al mismo tiempo, ser totalmente inconscientes de los efectos en cadena que estos proyectos implican para el trabajo del día con día de la organización. La experiencia termina siendo una analogía de nosotros, teniendo que modificar nuestra cabeza para lograr que el sombrero se ajuste a ella.
Por favor, no nos malinterprete. No tenemos nada en contra de las soluciones tecnológicas. De hecho, nosotros nos consideramos a nosotros mismos “apasionados de la tecnología”, siempre en búsqueda de los nuevos aparatos.
Hemos podido constatar que la mayoría de las veces, el problema no radica en la solución tecnológica que ha sido seleccionada, sino en las expectativas poco realistas sobre el proceso de implantación y los posibles resultados de estos proyectos.
En los mercados altamente competitivos de hoy, muchos de los planes de implantación que hemos visto para automatizar los procesos de una organización, son equivalentes a tratar de cambiar el neumático a un auto de carreras que va a 250 km/hr mientras requiere hacer zigzags para evitar chocar con otros autos. Resulta poco sorprendente que haya tantos choques y accidentes fatales en el proceso de implantar estos proyectos.
Cuando señalamos la imposibilidad de llevar a cabo estos planes, y recomendamos realizar un mejor análisis previo para asegurar que los beneficios actuales, obtenidos a través del sistema existente, sean claramente identificados y garantizados, y se identifiquen los principales impactos en el sistema social de la organización, siempre recibimos la misma respuesta: “no tenemos ni el tiempo, ni el presupuesto, para hacer eso”. Así, dan inicio a un plan de implantación con grandes posibilidades de exceder por mucho, el tiempo y el presupuesto originales.
Y este es tan solo uno de los muchos ejemplos que podríamos proporcionarle para mostrar cuánto fallamos en asegurar que toda solución sea adaptada a la situación y el ambiente en el que está será implantada. Podríamos también hablar acerca de esfuerzos de reducción de costos, proyectos de re-ingeniería, programas de mejora de eficiencias y más.
Tal parece que nunca existe el tiempo suficiente para hacer las cosas de manera correcta una sola vez, pero siempre hay tiempo para llevarlas a cabo dos o tres veces, debido a que fallamos en el primer intento.
Fracasar en la implantación debido a que la solución no fue adaptada correctamente a la realidad, multiplica el problema original por cuatro: uno, aún tenemos el problema original; dos, hemos malgastado los recursos que podríamos haber utilizado para realmente resolverlo; tres, ahora tenemos un nuevo problema con una solución que no funciona como lo esperábamos; y cuatro, hemos perdido nuestra credibilidad ante nuestro equipo.
Adaptar la solución para cada caso en particular, es un ejercicio que se debe llevar a cabo con la participación del personal clave de la organización. A partir de nuestros siguientes blogs platicaremos sobre el trabajo en equipo requerido para robustecer nuestra solución original.
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