
Escogimos discutir este escenario primero porque es por mucho el más común de los cuatro. La mayoría de nosotros tiende a creer que estamos en lo correcto, y que son “los demás”, los que normalmente están equivocados. ¿Quiénes son los demás? Cualquiera que tenga una opinión diferente de la nuestra.
Para fines de esta discusión, asumamos que es posible tener la razón en todo, siempre. Eso sería sensacional, ¿no lo cree? Idealmente, si pudiéramos tener la razón todo el tiempo, no nos tendríamos que preocupar acerca de ninguna de nuestras decisiones, porque sabríamos que cualquier cosa que decidiéramos seria correcta. Las personas sabrían que nunca nos equivocamos y nos pedirían consejo en cuestiones importantes.
Bueno, pues hemos visto que esto puede suceder, aunque sea únicamente por un cierto periodo de tiempo: Presidentes, Directores Generales, Padres, Genios, Estrellas de Rock, etc., todos llegan a vivir periodos de infalibilidad. Podemos tener la razón todo el tiempo mientras nos dure el poder que respalde nuestras decisiones.
Bajo el manto de infalibilidad, contamos con una claridad absoluta acerca de lo que se debe hacer y decir en cualquier situación. No existe situación alguna en la que no tengamos una opinión acerca de cómo se podría haber hecho mejor. Llegamos a considerar que sabemos aún más que los expertos de su propio tema.
Desafortunadamente, el número de cosas que podemos hacer solos es muy limitado. En la mayoría de las situaciones, tendremos que interactuar con otras personas para lograr que las cosas pasen. Viviendo en una sociedad cada vez más compleja, tenemos que jugar muchos papeles distintos en los cuales tenemos diferentes grados de control.
Cuando tenemos siempre la razón, y el resto del mundo esta siempre equivocado, aún las cosas más sencillas se convierten en una experiencia sumamente frustrante. Pedimos cosas y no suceden. Damos explicaciones y las personas no nos entienden. Exigimos y las personas nos consideran monstruos. Al final, preferimos aislarnos para evitar mas fricciones y frustraciones.
Tarde o temprano, descubrimos que tener siempre la razón, en lugar de traernos el respeto y confianza de las demás personas, parece generar la reacción contraria. Eventualmente, las personas comienzan a evadirnos. Algunas personas pueden llegar a admitir posteriormente, que lo que les dijimos era absolutamente correcto, pero aún así, prefieren darnos la vuelta y tomar sus propias decisiones.
¿Cuál es el precio que debemos pagar por tener siempre la razón? ¡Soledad absoluta! ¿Quien quiere estar, hablar o vivir con alguien que siempre tiene la razón? Puede ser porque siempre estamos en desacuerdo con lo que piensan otras personas. Quizá es porque ellos odian averiguar que lo que decimos es siempre correcto. Podría incluso ser que se sientan avergonzados por no haber seguido nuestros consejos. El hecho es, que conforme el tiempo pasa, hasta nuestra familia nos abandona.
En el pasado, las personas que se consideraba tenían el don de la infalibilidad (como el oráculo para los antiguos griegos), tenían que vivir fuera de la ciudad, ya que eran considerados seres “raros” respecto al resto de la población.
En el mundo de hoy, la forma de aislamiento se ha convertido en algo más sofisticado. Este tipo de personas han creado sus propios clubes y sociedades privadas, apartadas del resto del mundo, en las que entre ellos se reafirman la importancia de tener siempre la razón y en la que mutuamente se consuelan por su soledad.
Seguro, siempre tendremos el consuelo de saber que tenemos la razón. Pero, ¿de que sirve esto, si no podemos hacer que las cosas sucedan? o ¿si finalmente nos quedaremos solos? Tener siempre la razón, mientras los otros siempre están equivocados, en lugar de ayudarnos a obtener muchos logros, se convierte en una enorme barrera para nuestro propio éxito.
TENER LA RAZÓN SIEMPRE, MIENTRAS LOS OTROS SIEMPRE ESTAN EQUIVOCADOS, ¡NO ES SUFICIENTE!

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