Desde muy pequeños se nos inculca la idea de que ser tonto es causa de vergüenza. Por lo tanto, desde muy pequeños desarrollamos la profunda necesidad de demostrar que no somos tontos. Se vuelve una prioridad demostrar en toda situación y ante cualquier problema, que podemos resolverla.
Y con este paradigma muy bien instalado en nuestra mente, hacemos nuestro ingreso al mundo laboral, en donde, sin darnos cuenta hacemos una extrapolación inmediata: “ser tonto es causa de vergüenza y despido”. Así que demostrar en el trabajo que no somos tontos, toma un lugar preponderante en nuestra mente.
Esto suena inicialmente como algo muy positivo, porque como Adam Smith decía: “el que cada individuo busque su máximo desempeño, es lo mejor para el resultado global del sistema”.
Lamentablemente, cada persona u organización ha evolucionado de maneras muy particulares de acuerdo a su medio y circunstancias, y lo que inicialmente fue algo simple y lógico, con el tiempo se transforma en algo complejo lleno de elementos “muy poco lógicos”. Por ejemplo, en muchos patios de trabajo, para ir hacia adelante, los montacarguistas primero deben ir hacia atrás.
Cada persona u organización tiene muchos detalles como este, y para quienes han vivido su desarrollo son parte de la normalidad del día con día. Sin embargo, para un externo recién llegado, esto será algo desconocido e ilógico. (¿Cuantas veces has escuchado que alguien diga: “en mi anterior trabajo lo hacíamos de otra manera”?)
Y aquí empiezan los jaloneos submarinos (y son submarinos porque se dan por debajo de la superficie). Me piden que haga algo, que no entiendo totalmente, pero se parece ha algo que ya se hacer … y como no quiero parecer tonto … no hago preguntas, ¡lo hago como yo se y entiendo! … me esmero, lo hago con cuidado y lo mejor que puedo, para que al final me corrijan y deshagan todo mi duro trabajo. ¡Que gran injusticia!
Lo curioso de estas situaciones (y lo que genera muchísimo trabajo para nosotros los consultores), es que en lugar de aprender y corregir estas situaciones, ambas partes toman una posición mas radical: por un lado las instrucciones son mas firmes y por el otro la ejecución es mas robusta para evitar que la deshagan. Y así se juega el eterno juego de “tu haces como que me pagas y yo hago como que trabajo” … cada uno trepado en su macho y nadie dispuesto a ceder en su orgullo.
Ya va siendo hora de que dejemos de actuar como niños caprichosos y entendamos el inmenso valor de preguntar, no porque no sepamos, sino porque SIEMPRE será necesario adaptar lo que sabemos a la realidad que enfrentamos.
Y nada mas elegante y práctico para hacer esto que los Procesos de Pensamiento de la Teoría de las Restricciones.
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